Durante mucho tiempo se ha debatido acerca de la conciliación entre el trabajo y la vida privada: dos ámbitos que se consideraban separados y hasta en competencia. Con el tiempo, en particular en algunos rubros de actividad (como los servicios), la mirada del management parece buscar un cambio de paradigma: no equilibrar, sino integrar ambos términos.
En buena medida la integración ya está ocurriendo: el teléfono nos lleva la oficina a casa, es cierto, pero también nos une a nuestras familias y amigos cuando estamos trabajando; en un mismo muro de Facebook tenemos notificaciones de Recursos Humanos y las fotos del cumpleaños de nuestro sobrino. Nos guste o no llevar esa ‘blackberry’ (la bola de hierro que los esclavos tenían atada a sus tobillos durante todo el día), lo cierto es que forma parte de cómo estamos trabajando y viviendo en la actualidad.
Esto tiene consecuencias sobre la forma misma en que organizamos y diseñamos nuestros espacios: en nuestro hogar podemos disponer de un ‘escritorio’ en el que trabajamos, pero también en nuestra oficina podemos organizar un espacio más amigable y en sintonía con nuestros gustos y necesidades. Uno de los aspectos más presentes -y más desatendidos- es el de los colores de las paredes y el mobiliario en nuestro lugar de trabajo.
Algunos expertos diferencian entre dos grandes grupos de colores: los estimulantes (que integran la gama cálida de rojos, anaranjados y amarillos) y los relajantes (en la gama fría de los azules y verdes). Entre ambos polos pueden lograrse distintos matices cromáticos que afectan nuestras sensaciones y actitudes en el lugar de trabajo. Como ha demostrado un estudio de la Universidad de Creighton, la eficiencia y el compromiso de los trabajadores se ven afectados por los colores del entorno: aquellos que se desempeñaron en entornos predominantemente rojos se sintieron ansiosos y desconcentrados, mientras que en habitaciones predominantemente azules se logró un efecto de concentración prolongada y calma.
Como a veces necesitamos más creatividad y chispa, mientras que en otras ocasiones buscamos reflexión y atención sostenida, es importante que definamos qué actividades esperamos realizar en cada ambiente. También debemos tener en cuenta que en un mismo entorno conviven personas con distintas tendencias y motivaciones: en un ambiente en el que predomina el celeste pueden agregarse notas en amarillo (a través de elementos de la decoración como cuadros o adornos) que inspiren una mayor energía en los momentos de toma de decisiones.
Más allá de las sensaciones típicamente asociadas a los colores, es importante que predomine alguno, pero que no sea el único. La uniformidad cromática de un ambiente, así sea de un color brillante y luminoso como el blanco, puede terminar por agobiar a los empleados. Las combinaciones, por ejemplo marcando distintos niveles en las paredes, muestran las fronteras entre esos planos, y esos límites transmiten seguridad y confianza. Al elegir colores ligeramente más oscuros para la zona más baja y los pisos, construimos una base, un apoyo en el que nos sentimos más seguros.
Existen además algunas directivas generales sobre el efecto de los colores en el ambiente: los colores claros iluminan y ‘agrandan’ los espacios; si, en cambio, queremos empequeñecer o hacer más acogedor un ambiente podemos pintar una de sus paredes de un color más oscuro. En todos los casos, es importante que tengamos en cuenta a los empleados, quienes, en definitiva, pasan más tiempo en esos espacios: podemos consultarlos, experimentar y tener en cuenta sus gustos, necesidades y opiniones para crear un ambiente laboral amigable y cómodo para todos.